Como todos los años febrero vio pasar el Festival de Luz en Copenhague con una puesta en escena única en el centro de la ciudad. Durante tres semanas, se presentó un programa seleccionado por un comité curatorial con una amplia gama de obras e instalaciones basadas en la luz, creadas por artistas consolidados y diseñadores emergentes.
En una época del año en la que la oscuridad del invierno se apropia del paisaje, con el termómetro por debajo de los 0°, este evento revitaliza la dinámica urbana de la mano de una propuesta que invita a experiencias varias en un escenario de patrimonio histórico, canales, puentes, calles y plazas encantadoras. Así, mediante la luz, se busca contribuir a potenciar la energía del entorno, favoreciendo un espacio urbano más agradable para los visitantes.
El festival exhibe, acentúa e interpreta los diferentes espacios de la ciudad de una manera innovadora y atractiva a través del poder transformador de la iluminación. Uno de los principales objetivos de esta propuesta que se celebra desde 2018, es atraer turistas a la capital danesa y acercar a los locatarios un motivo para explorar su propia ciudad desde una perspectiva diferente.
La idea se enmarca en una estrategia urbana de potenciar a Copenhague como capital de la iluminación, entendiendo el rol importante que la luz tiene en el urbanismo a nivel de seguridad, identidad, educación cívica y salud. En este sentido, en los últimos años se han implementado soluciones pioneras e inteligentes para la capital danesa a base de nuevas tecnologías LED y distintas acciones entre el sector público y privado.
Entre las 18 y las 22 horas de las últimas tres semanas de febrero, las calles se convirtieron en un espectáculo que celebra el arte, la cultura y la arquitectura. La edición 2023 contó con las instalaciones más grandes que jamás se han presentado en el festival, concentradas en la entrada de la ciudad, aunque también se involucraron sitios como Bavnehoj, Sundby, Refshaleoen y Orestad.
En total hubo 55 obras de luces de artistas nuevos y establecidos, que fueron recorridas por un público internacional y local de todas las edades, dispuesto a disfrutar de la ciudad en la época más fría y oscura del año. Para ello se desarrollaron rutas de 2 a 9 kilómetros para caminar o andar en bicicleta atravesando las distintas propuestas artísticas. En estos caminos se dispusieron puestos de café para que los visitantes tomaran un descanso cálido, visitas guiadas con degustación de cervezas y vinos, recorridos por los canales, eventos con los propios artistas y actividades itinerantes que se sucedieron día a día.
Los valores arquitectónicos también fueron exaltados durante estos días haciendo que edificios emblemáticos cobren vida a través de un arte increíblemente creativo potenciado por la luz. Teniendo en cuenta que este año Copenhague es la Capital Mundial de la Arquitectura de la UNESCO, once rayos de luz salieron desde ayuntamiento hacia una variedad de construcciones importantes de la ciudad.
Comprometiéndose el cuidado medioambiental, el lema de esta edición fue “Futuros sostenibles: no dejar a nadie atrás”. Como en cada año, el festival contribuye activamente a reducir el gasto de electricidad mediante el uso de LED y haciendo que los visitantes se reúnan al aire libre y dejen sus hogares (si se asume que por casa se apaga un televisor, el ahorro es de 75 watt por aparato y un total de 21.700 kWh por hora).
Según datos oficiales de los organizadores, durante un día completo el consumo de electricidad del festival correspondió al consumo total de tres coches eléctricos completamente cargados. La cantidad de electricidad utilizada fue 3/4 de la que se requiere en un solo partido de fútbol profesional en el estadio AGF de Aarhus (más de 7.000 kWh).
Fuente: copenhagenlightfestival.org/